Martin Fierro: finalidad social y política

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Desde hace años el país celebra el 10 de noviembre como Día de la Tradición, organizándose para esa jornada, especialmente en instituciones que cultivan el recuerdo del gaucho de otros tiempos, actos con los que se reviven antiguas costumbres de las gentes de nuestros campos, o con los que se trae al seno de las grandes ciudades, la presencia de imágenes humanas de la campaña de hoy.

Viejas carretas tiradas por bueyes, de las que chirriaban por los caminos de la patria cuando todavía no habían acordado distancias ni el ferrocarril, ni el automóvil, desfilan en algunas calles de las provincias, rodeadas de paisanos ataviados con sus ropas típicas de trabajo o de fiesta, sonoros algunos de ellos de finas platerías, y cantidades de monedas de otros tiempos.

Tropillas de un solo pelo, llamativas con el musical cencerro de la madrina, ponen una estampa de existencia de andariegos en esos desfiles, a los que algún salteño agrega la nota diferente de sus estribos y sus monteras como para demostrar que el país no termina allí donde termina la llanura…

En algunos campos en los cuales el sentimiento de los patrones conserva testimonios de épocas pasadas, siempre más sugestivas que las actuales en esta clase de celebraciones, y en paseos urbanos, bordeados, muchas veces, por el bullicio indiferente del tránsito, cantos y bailes -pericones, zambas, cielitos, malambos, quejumbrosas vidalas y vidalitas tiernas- reviven inocentes alegrías y expresan el alma imperecedera de una raza.

El Día de la Tradición, establecido como una de las muchas tentativas para salvar algo de lo que se perdía, no ha alcanzado aún la resonancia nacional que se merece. Nuestro deber es señalar así, sobre todo teniendo en cuenta que existe en toda la república la materia viva con la que es posible plasmar un gran movimiento colectivo que, basándose en valores morales auténticos, sistematice la exaltación del carácter argentino, representado típicamente por el pueblo rural que, extraña a las ideologías que chocaban en el mundo de principios del siglo XIX, sin poseer una cultura política que le permitiese discriminar los problemas de la hora, contribuyó, sin embargo, generosamente, con su brazo y su sangre a forjar una nación, una patria.

La exaltación de ese carácter no implica, necesariamente, la creación de un mito. El gaucho, tanto sea el pampeano que abrió senderos para la libertad como las primeras expediciones ordenadas por la Junta de Mayo, como los que, respondiendo a un llamamiento de la tierra, no tardaron en sumar su esfuerzo a la gesta emancipadora, extendiendo por todo el territorio la presencia de un espíritu y de un coraje, que pertenece a la historia y no a la leyenda.

Es también de la historia el gaucho que, muchas veces olvidado, huérfano del apoyo que no sabían brindarle los que ignoraban su naturaleza verdadera, hizo posible la consolidación de la soberanía nacional con el establecimiento de una de nuestras industrias fundamentales: la ganadería.

Gaucho, palabra acerca de cuya etimología aún no se han puesto de acuerdo los filólogos, puesto que unos la atribuyen al portugués -gauderio- otros al pehuenche -cachú, que significa amigo, camarada- y otros más al araucano, donde existe el cauchu, que nombra al hombre fino y astuto, tiene para nosotros una significación que rebasa cualquiera de esos sentidos.

En qué condiciones vivía el gaucho, la educación que recibió quedó limitada a su adiestramiento para el trabajo y el juego. Debía ser capaz de montar cualquier caballo, y ser hábil en el manejo del cuchillo. Colonizador del desierto, soldado defensor y soldado poblador de la frontera, conquistador del indio. Fue superado por el “gringo”, que se traducía en un enriquecimiento material, facilitado por el fatalismo gaucho. Durante más de dos siglos de su historia, fue él quien se decidió a la recolección de cueros, producto fundamental del comercio y no contó con la iniciativa y el apoyo como para encarar la empresa de dar un valor agregado a esos productos, política que se mantuvo a través del tiempo en gran parte de la economía argentina. Por su espíritu de lealtad al caudillo local, quedó atrapado más en su bohemia que en los trigales.

José Hernández ha explotado el venero que goza de una inexhausta vitalidad de las costumbres populares, poniendo en acción tipos nacionales, desdeñados por la generalidad de nuestros escritores, haciéndolos vivir, obrar y sufrir en su medio social, y colocando al mismo tiempo, el dedo sobre las llagas gangrenadas que consumen a una gran parte de la familia argentina.

Martin Fierro es la personificación verdadera del gaucho de la pampa, condenado al servicio forzoso de las armas, desheredado de todos sus derechos de ciudadano, perseguido por la autoridad civil, oprimido por la autoridad militar, explotado por los negociantes aventureros, afligido por el hambre y la desnudez en los campamentos de la frontera.

La obra

Traducida a 70 idiomas, es la obra máxima de la literatura gauchesca argentina. El “Martín Fierro” está incorporado a la cotidianeidad del ser argentino por sus enseñanzas, sus descripciones, sus consejos, y su decir sencillo y sin medias tintas. Una inspiración única e irrepetible de José Hernández, militar, periodista, poeta y político argentino, que tuvo en esta creación el momento cumbre de su paso por la escena social de este país, hacia fines del siglo XIX.

En su homenaje, el 10 de noviembre -aniversario de su nacimiento- se festeja en la Argentina el Día de la Tradición. Murió en Belgrano, cuando apenas tenía 51 años, víctima de una afección cardíaca, el 21 de octubre de 1886.

“El Gaucho Martín Fierro” es un poema narrativo, escrito en versos de ocho sílabas y en grupos de cuatro y seis versos, se editó primero en 1872 y luego en 1879 «La vuelta de Martín Fierro» y narra las tensiones diversas clases sociales: el gaucho subsumido por el poder de turno, el hombre fuera de la ley, los consejos a sus hijos y un amplio matiz existencial, casi metafísico, hacen que esta obra sea considerada un ejemplo de argentinidad. Es considerado ejemplar en Argentina, Uruguay y Río Grande del Sur (al sur de Brasil).

Debemos destacar que Martín Fierro se presenta ante nosotros ya hombre, y no nos comenta nada sobre su origen o su físico. Aparece en el escenario ya crecido, maduro, con un carácter que ha sido probado en mil asechanzas. No es necesario que nos diga quiénes fueron sus antepasados, quién es él en esencia, dado que precediendo su nombre de pila va la luminosidad de un término: gaucho, y con esto está todo dicho.

Sin que el poema lo describa podríamos pensar que tiene un cuerpo macizo hecho para resistir, de carne apretada y fibrosa como para resistir el viento pampero. Su estatura es poco más que mediana, lo suficientemente alta para no desmerecer su figura. Su tez pálida y sana, con cabellos lacios, mentón alargado que lo espiritualiza, labios normales y una barba castaña que lo acerca un poco a la figura de Jesús.

De boca en boca

Los pobladores de nuestro campo lo han leído o escuchado con delectación: bastaba que alguien supiese leer para que inmediatamente se formase a su alrededor un círculo de escuchas -en la pulpería, en el rancho junto al fogón, en pleno descampado- interesados en oír las andanzas de Fierro y de sus hijos, de Cruz y de Picardía; las desgracias de ese gaucho matrero, los peligros que sorteó, lo que padeció en el fortín y entre los indios, su lamento y su protesta.

Fundamentalmente en sus consejos prevalece siempre la prudencia:

Un padre que dá consejos,

más que padre es un amigo,

ansí como tal les digo

que vivan con precaución

nadie sabe en qué rincón

se oculta el que es su enemigo.

Pero el libro no sólo ha pasado por manos gauchas. Invadió las ciudades, llegó a la universidad y a la cátedra, fue objeto de estudios concienzudos. Continuaban, mientras tanto, las ediciones, esta vez críticas, interpretativas, aclaratorias, filosóficas. Inclusive un periódico, hacia 1919, tomo el nombre del libro de Hernández y se puso bajo la advocación de su personaje: era revista de combate… literario.

Se estudió el lenguaje de Martín Fierro, su elaboración estética y estructural. Se discutió acerca de su género literario: si era poema lírico, dramático, narrativo. Fue centro de polémicas: algunos abogaban para él el título de epopeya; otros lo excluían de entre las obras literarias por primitivo, bárbaro, popular y ajeno a toda retórica escolástica, a toda regla, perceptiva y canon.

Siguieron las ediciones extranjeras, las traducciones a todas las lenguas. Sin embargo a pesar de cuanto se dijo, de lo que se lo exaltó o criticó, Martín Fierro paso y sigue pasando, imperturbable por la batalla de los años.

A la Justicia Ordinaria

voy a mandar a los tres.                            

Tenía razón aquel Juez,              

y cuantos ansí amenacen;                        

ordinaria,… es como la hacen                  

lo he conocido después.

…….

Hacete amigo del juez,

no le des de que quejarse,

que siempre es bueno tener,

palenque de ande rascarse.

El secreto de su eternidad reside en sus versos, de los que brota con una clara, fresca, candorosa y a la vez áspera y primitiva poesía como “agua de manantial”, según dice de cantar el mismo autor.

Criollo que cai en desgracia                     

tiene que sufrir no poco.                           

Naides lo ampara tampoco                     

si no cuenta con recursos.                         

El gringo es de más discurso,                   

cuando mata, se hace el loco.

Martín Fierro es continuación y superación de la literatura denominada gauchesca. Tal vez hayan intervenido en la elaboración subconsciente de Hernández los “cielitos” y “diálogos patrióticos, los cantares de contrapunto y payadores, aquella inflamada poesía guerrera y política. Acaso fueron de su recordación legendaria figuras de gauchos en pugna con la ley, el progreso, la inmigración, o acaso hubo en él memoria costumbrista de la sociedad de nuestros campos. Sin embargo, aquello no fue más que un material externo. Ni los “diálogos”, de Hidalgo, ni los “trovos” de Ascasubi, ni La Cautiva, ni Santos Vega, ni Fausto, aquella epopeya burlesca, ni los folletines de Gutiérrez con Juan Moreira a la cabeza, se parecen a Martín Fierro aunque como éste haya gauchos que transitan por el escenario habitual de la pampa.

No andés cambiando de cueva,                             

hacé las que hace el ratón,                      

conserváte en el rincón              

en que empezó tu esistencia,                   

vaca que cambia querencia                     

se atrasa en la parición.

Martín Fierro no se asemeja, decimos, a ninguno de los nombrados, no es hijo de ellos ni los tiene como descendientes. Es una obra única, particular y original, casi advenida por generación espontánea. Ni siquiera es producto total de aquella “barbarie” de que habla Domingo F. Sarmiento, opositora de la civilización de las ciudades cultas. En la mente del sanjuanino cupo el “tipo” genético del matrero, del cantor, del baquiano, del rastreador. Luego, cuando enfrentó el carácter particular, pintó al caudillo riojano, entonces el cerco se estrechó alrededor de una determinada figura y ambiente con sus singulares características históricas, muy distintas de las del héroe de Hernández.

El zorro que ya es corrido                          

dende lejos la olfatea.                

No se apure quien desea                           

hacer lo que le aproveche.                       

La vaca que más rumea                             

es la que da mejor leche.

En la génesis de Fierro hubo un motivo, sin duda del autoconocimiento de José Hernández, explícito en el poema, continuamente puesto de manifiesto, y que constituyó la finalidad de su libro: la prédica social, la denuncia de la arbitrariedad de las leyes, de los jueces, de los caudillos, que excluían al gaucho y lo enviaban a engrosar el contingente de la frontera. Desde este punto de vista, el poema enfoca una época de nuestra sociedad, cultura y política. Es el canto de protesta del gaucho.

Y el lomo le hinchan a golpes,                

y le rompen la cabeza,               

y luego con ligereza                     

ansí lastimao y todo,                  

lo amarran codo con codo                       

y pa el cepo lo enderiezan.

En favor de ése se levanta Hernández, quien expresa en el prólogo de la edición de 1874, su adhesión al habitante rural: “Las garantías de la ley deben alcanzar hasta él, debe hacérsele partícipe de las ventajas que el progreso conquista diariamente; su rancho no debe situarse más allá del dominio y del límite de la escuela”, y el objetivo que lo impulsó a escribir:  “Para abogar por el alivio de los males que pesan sobre esa clase de la sociedad, que la agobian y la abaten por consecuencia de un régimen defectuoso, existe la tribuna parlamentaria, la prensa periódica, los clubes, el libro y, por último, el folleto, que no es una degeneración del libro, sino más bien uno de sus auxiliares, y no menos importante. Me he servido de este último elemento, y en cuanto a la forma empleada, el juicio sólo podría pertenecer a los dominios de la literatura”.

En ningún momento deja el gaucho Fierro de insistir acerca de su individualismo y de su libertad, de los que se siente muy orgulloso:

Mi gloria es vivir tan libre

como el pájaro en el cielo

Ni de la injusticia, que constantemente lo acompaño:

Que nunca peleo ni mato

sino por necesidá

y que a tanta alversidá

sólo me enojo el mal trato

                  ——-

A mí el Juez me tomó entre ojos                            

en la última votación                  

me le había hecho el remolón                

y no me arrimé ese día;                              

y él dijo que yo servía                 

a los de la esposición.

Hernández presenta en todo momento esa protesta: cuando Martín Fierro, con otros, es llevado a la frontera, cuando el hambre, la miseria y la soledad hacen presa de él. La injusticia es causante indirecta de su deserción y del abandono de su mujer, de su resentimiento, de la pendencia en la pulpería y en los bailes, de su matrerismo, de las muertes que causó. Pero no es Fierro el único que se queja. Protestan Cruz, el amigo, víctima del juez que sedujo a su compañera, el hijo mayor de Martín Fierro, reducido a prisión; el hijo menor, que tras la desdichada aventura con el pícaro Vizcacha también padece los azares del fortín; Picardía, hijo de Cruz, quien vive al margen de las buenas costumbres y la moral:

Me quedé en el desamparo,

y al hombre que me dio el ser

no lo pude conocer,

ansí, pues, desde chiquito

volé como pajarito

en busca de que comer.

La protesta se generaliza. Pero el poema no se agota en ella. De ser así -una simple denuncia de los males de una época-hubiera bastado a su autor la exposición de la primera parte, o hubiera sido la segunda una simple suma de las protestas aisladas de los otros personajes.

Al mandarnos nos hicieron                      

más promesas que a un altar-                

el Juez nos jue a ploclamar                       

y nos dijo muchas veces                             

muchachos a los seis meses                     

los van a ir a revelar.

Hay en el libro algo más que una finalidad social y política. Hay una intención moral de orden ontológico, consciente a medias en su autor, que transmite universalidad al todo. La misma trasciende una etapa cronológica, agiganta al protagonista y transforma el gaucho condicionado por un medio físico y un momento histórico, en hombre por excelencia, fuera de un espacio y tiempos señalados y efímeros.

Respeten a los ancianos,

el burlarlos no es hazaña:

si andan entre gente estraña

deben ser muy precavidos,

pues por igual es tenido

quien con malos se acompaña.

Martín Fierro se parece a Cruz, que es un gaucho común, pero en ningún momento se confunde con él. Debajo de esa apariencia vibran en Martín Fierro las vivencias de Hernández mismo, y de sus semejantes, su angustia de hombre, su deseo de libertad, su interrogante acerca de la responsabilidad y la elección, todas pasiones y sentimientos, en fin, que sacuden a los seres cualesquiera sean los ambientes y las épocas.

Al que es amigo, jamás

lo dejen en la estacada;

pero no le pidan nada

ni lo aguarden todo de él:

siempre el amigo más fiel

es una conducta honrada.

Estéticamente lo comprendió el escritor: cuando Cruz amenazaba con superponerse a Martín Fierro, el autor lo hace desaparecer, de tal manera su héroe elegido tiene la oportunidad de transitar inmenso y solo por todo el poema.

Martín Fierro es el enfrentamiento del hombre con su destino, y su confesión ante los demás, que explícita o implícitamente darán el veredicto acerca de sus actos. El héroe cuenta su vida, se explica y justifica.

Tuve en mi pago en un tiempo               

hijos, hacienda y mujer,                            

pero empecé a padecer              

me echaron a la frontera,                         

¡y qué iba a hallar al volver!                    

Tan sólo hallé la tapera.

Al mismo tiempo reta a esa multitud que lo escucha a una payada de contrapunto: necesita, tras este combate del verso y del canto, corroborar la propia justificación de sus actos.

Mi gala en las pulperías                            

era, cuando había más gente,                

ponerme medio caliente,                          

pues cuando puntiao me encuentro,                    

me salen coplas de adentro                    

como agua de la virtiente.

Martín Fierro se tensa en agresiva payada con el Moreno. Este es precisamente hermano de una de las víctimas del gaucho alzado. Martín Fierro y aquél acatará el dictamen que señala al vencedor porque saben que detrás del brillo de la payada, Dios indicará, a semejanza de las ordalías medievales, el brazo del justo. A pesar de su pasado, Fierro vence porque es perdonado, y su culpa, saldada por el padecimiento de tantos años.

Todo el que entiende la vida

busca a su lado los placeres;

justo es que las considere

el hombre de corazón;

sólo los cobardes son

valientes con las mujeres.

Martin Fierro se diferencia de otros gauchos creados por nuestra literatura, en que él no es un personaje puramente cómico, sino un héroe dramático, en el que aparecen de tiempo en tiempo, los reflejos de la gracia andaluza, manifestados por medio de un estilo pintoresco, salpicado de imágenes y de comparaciones originales en las cuales asoma un ingenio nativo, una suspicacia propia de quien está acostumbrado a desconfiar, y una inspiración silvestre, pero poética, que lo inclina a cantar alegrías y dolores.

Ansí me hallaba una noche                      

contemplando las estrellas                      

que le parecen más bellas                        

cuanto uno es más desgraciao,              

y que Dios las haiga criao                          

para consolarse en ellas.

Mientras avanzamos en la descripción va tomando forma corpórea la imagen del héroe, montado en su caballo, marchando con su mirada firme más allá del horizonte, a pesar del ala del chambergo. En sus primeros versos muestra su credencial, propósito y sentido. Conciencia de su valer:

Mas ande otro criollo pase

Martín Fierro ha de pasar

Pequeñez humana en función del universo

Lo que al mundo truje yo

del mundo lo he de llevar

Optimismo:

Yo hago en el trébol mi cama

y me cubren las estrellas

ni descastado ni haragán:

quien padre y marido ha sido

empeñoso y diligente

Amor a la libertad:

Mi gloria es vivir tan libre

como el pájaro del cielo

El gaucho

El origen del gaucho lo define Ricardo Güiraldes: “Gaucho y guacho para mí son la misma cosa, significa ser hijo de Dios, de la tierra y de uno mismo”, y completa diciendo “que es, como si dijéramos, nacido de lo más alto, de lo más hondo, de lo más solo”.

Hombre de pocas palabras y de silencios que llama a la reflexión. Su idioma fue el castellano, pero, ¿Por qué el gaucho, descendiente directo del indio por vía materna, desechó en absoluto la lengua madre que es generalmente la que prevalece?.

Tal vez su genial intuición previó que para hacerse oír era menester usar la palabra que ya había escuchado el mundo, el idioma al que agregó un centenar de términos que sirvieron para enriquecer su vocabulario.

La importancia que el gaucho dio a la palabra hablada, trasciende en estos versos:

Pues que de todos los bienes

en mi inorancia lo infiero

que le dio al hombre altanero

su Divina Magestá

la palabra es el primero

el segundo la amistá.

Aquilatando su valor, debía hacer buen uso de ella. No para hablar sin contenido ni fundamento, sino que ha de tener verdadera admiración por quien puede utilizar tan preciada habilidad en bien de sus semejantes, o sea el cantor o payador que debía ser, en su concepto: noble, valiente, amante de la libertad, buen amigo, conocedor de la tierra y sus trabajos, intérprete de los hombres y sus deberes.

Su respeto por el hablar hace que Martín Fierro juzgue duramente al Viejo Vizcacha:

Siempre andaba retobao

con ninguno solía hablar.

Rechaza, de esta forma, las descripciones que muestran al gaucho como un hombre que no sabía hacerse entender por medio del lenguaje, porque una cosa es ser de poas palabras, porque aspira a ser escuchado y porque tiene su silencio lleno de pensamientos, y otra cosa es no decir nada por tener vacío el silencio.

Sus jornadas interminables en medio del campo, pudo resistir porque no se sentía solo. Si no hubiera aprendido a escucharse a sí mismo, se habría desesperado en su soledad, y él jamás se quejó del silencio mientras pudo escucharse a sí mismo. Sólo sufría cuando estaba privado de la libertad, engrillado o entre rejas:

La soledad causa espanto

el silencio causo horror.

Podríamos decir que hablar en proverbios y sentencias, inclinación natural de Martin Fierro, no denotaba escasez de vocabulario, sino un intenso trabajo de depuración realizado en su callar. Su lenguaje contiene un hondo sentimiento poético, una dulzura que se afirma en el corazón, verdaderos hallazgos que no descarta el más culto de los poetas:

Como si el sol se parara

a contemplar tanta pena

tenía los ojos paraos

como los ojos de un santo.

Porque el gaucho conquistado por la solemnidad del paisaje, impresionado por las soledades sin fin, se había transformado en hombre-poeta.

Es triste en medio del campo                 

pasarse noches enteras                             

contemplando en sus carreras                

las estrellas que Dios cría-,                      

sin tener más compañía                            

que su soledá y las fieras.

La fe en los hombres

Se ha equivocado el sentido del término cuando se ha dicho que el gaucho era pesimista porque su religiosidad o su concepto de la vida le hacen apreciar a ésta en su verdadera esencia. Por el contrario, Martín Fierro es optimista, pues sabe que han de oírlo, sabe que alguien recogerá su clamor, tiene fe en las palabras que es su arma de combate. Lucha con amor y en las batallas con canciones, bagaje de su espíritu, como el fusil, la lanza o el cuchillo, es prolongación de su brazo, y realización de su deseo.

Yo nunca me he de entregar                    

a los brazos de la muerte-                        

arrastro mi triste suerte                            

paso a paso y como pueda-                     

que donde el débil se queda,                   

se suele escapar el juerte.

El pesimismo no lo domina nunca.  Al mismo tiempo que relata su pena agrega la esperanza de que ella no ha de durar, pues vendrán días más buenos, sin tropiezos y sin angustias.

En la güella del querer                 

no hay animal que se pierda-  

las mujeres no son lerdas-                        

y todo gaucho es dotor              

si pa cantarle al amor                 

tiene que templar las cuerdas

Optimista, porque superarse, afirmarse, no dejarse estar ni aniquilar. Se mantiene enhiesto a pesar de los aluviones inmigratorios, deja su herencia, imprime el sello de su personalidad a las generaciones que han de seguirle.

En medio de mi ignorancia                     

conozco que nada valgo                           

soy la liebre o soy el galgo                       

asigún los tiempos andan                         

pero también los que mandan               

debieran cuidarnos algo.

Abría su rancho, su mísero rancho y daba todo lo poco que poseía al que llegara hasta él, sin preguntarle quién era y a dónde iba. Hospitalario, de palabras cordiales, de buenos modales, lo reconocieron los viajeros que en sus relatos expresaban su sorpresa y admiración, porque nunca sospecharon que fueran tan respetuosos, atentos, generosos y bridando sin retaceos su espontánea ayuda.

Observe con todo esmero

adonde el sol aparece;

si hay ñeblina y le entorpece

y no lo puede oservar,

guárdese de caminar,

pues quien se pierde parece.

Como contrafigura, el poema describe al Viejo Vizcacha que algunos han tomado como sinónimo de gaucho y al recopilar sus dichos y sentencias, no han hecho más que servir sin saberlo a los que interpretan torcidamente la auténtica personalidad del gaucho.

El Viejo Vizcacha no tiene nada de gaucho, porque el gaucho no era esa figura moralmente repulsiva, excesivamente materialista, cuya vida y muerte se describe en el poema de manera tal, que destaca la dispar envergadura espiritual de sus principales protagonistas.

Y deje rodar la bola                     

que algún día se ha de parar-                 

tiene el gaucho que aguantar                 

hasta que lo trague al hoyo-                  

o hasta que venga algún criollo                            

en esta tierra a mandar.

El gaucho no es más que un trozo vivo de la naturaleza y se diferencia del árbol o de la bestia en que tiene conciencia para amarla, posee un espíritu práctico que lo pone a cubierto de las contingencias desfavorables que tanto el cielo como la tierra le presentan a diario. El gaucho, también, es romántico, pues ama el escenario de sus dichas y desdichas, y es capaz de exteriorizar en sus cantos. Esos cantos, trasuntan un alma conquistada por la imponente extensión y soledad de las llanuras pampeanas.

Todo se güelven proyectos                       

de colonias y carriles-                 

y tirar la plata a miles                

en los gringos enganchaos,                     

mientras al pobre soldao                         

le pelan la chaucha -¡ah! ¡viles!-

Poeta por antonomasia, cantó las bellezas del universo, de su mundo, encandilado por la visión imborrable de las noches estrelladas, de las auroras y de los crepúsculos, de las angustias provocadas por las horas de borrascas sin fin. Sólo el gaucho siente la sugestión de las estrellas y tumbado de espaldas a la tierra, frente a su luz, permanece unido a su brillo distante, con el lazo de su voluntad, que es más fuerte que su fatiga.

Dios formó lindas las flores,                    

delicadas como son-                    

les dio toda perfeción                

y cuanto él era capaz-                

pero al hombre le dio más                        

cuando le dio el corazón.

Precisamente, ese amor por su suelo creó su oficio. Y su oficio no podía ser otro que el de resero, domador, nunca inclinado a la tierra para sembrar y luego mirar al cielo, esperando que desde allí se completara su obra de labriego.  Su labor empezaba “cuando el lucero brillaba en el cielo santo” y terminaba “al cair la noche”.

Es triste en medio del campo                  

pasarse noches enteras                             

contemplando en sus carreras                

las estrellas que Dios cría-,                      

sin tener más compañía                            

que su soledá y las fieras.

Su oficio lo desarrollaba con amor, con cariño, con alegría realizado con afán renovado cada día, satisfecho con tener lo necesario para comprar un caballo y lograr la ambiciosa aspiración de poseer “tropilla de un pelo”. El gaucho es fruto de su andar, su aptitud para rumbear es certera, porque aprendió del indio a escuchar con el oído pegado a la tierra. Tiene conciencia de su saber, logrado a costa de mucho trabajo y experiencia.

Dios le dio instintos sutiles

a toditos los mortales;

el hombre es uno de tales,

y en las llanuras aquellas

lo guían el sol, las estrellas

el viento y los animales.

Su existencia, entonces, hacía que su oficio de domador, de resero y de gaucho el fin de su vida, y cualquiera de las tareas que realizaba, justifica un oficio que dignifica al hombre. Desde el punto de vista social, también el gaucho desempeñó un papel importante: colonizador del desierto, soldado defensor y soldado poblador de la frontera, conquistador del indio.

Dios le perdone al salvaje                         

las ganas que me tenía…                          

Desaté las tres marías                

y lo engatusé a cabriolas…                      

Pucha… si no traigo bolas                        

me achura el Indio ese día.

         —————-

Allí sí, se ven desgracias                           

y lágrimas, y afliciones,                            

naides les pida perdones                           

al Indio- pues donde dentra                     

roba y mata cuanto encuentra               

y quema las poblaciones.

Por su frecuente mestización con éste y con el negro intervino hasta para modificar la composición étnica del pueblo argentino.

Para completar la personalidad del gaucho, para encuadrarla dentro de los límites de la relativa perfección, sólo le faltaba hacernos saber que era capaz de sentir esa divina angustia que, oprimiendo el corazón, hace subir el llanto a los ojos o lo diluye en las venas aflojándolas.

Y con el buche bien lleno                         

era cosa superior                         

irse en brazos del amor              

a dormir como la gente,                            

pa empezar al día siguiente                    

las fainas del día anterior.

El gaucho tendrá siempre presente, en sus recuerdos y sus palabras a la mujer, para mostrarnos su ternura y para saberlo virilmente un hombre:

Y sentao junto al fogón

a esperar que venga el día

al cimarrón se prendía

hasta ponerse rechoncho

mientras su china dormía

tapadita con su poncho.

Su figura de hombre fuerte y varonil, no le impedía demostrar su debilidad por la mujer:

No porque las hizo bellas

sino porque a todas ellas

les dio corazón de madre.

Siempre se creyó la leyenda de que el gaucho era incapaz de amar a la mujer, a los hijos, al hogar y su nostalgia por esos bienes perdidos se manifiesta en las ocasiones en que suspira por su pasado y lo refleja en los versos que relatan la vuelta de Martín Fierro, luego de una ausencia de tres años, cuando llega a la vieja querencia:

No hallé ni rastro del rancho-                 

¡sólo estaba la tapera!-                             

Por Cristo, si aquello era                           

pa enlutar el corazón-                

¡Yo juré en esa ocasión              

ser más malo que una fiera!                    

¡Quién no sentirá lo mesmo                   

cuando ansí padece tanto!                       

Puedo asigurar que el llanto                   

como una mujer largué-                            

Ay mi Dios- si me quedé                            

más triste que Jueves Santo.

Su mujer ausente

Me dicen que se voló

Con no sé qué gavilán

Estos versos pueden interpretarse en el sentido de que al aceptar Martín Fierro como un fatalismo su destino, no implicaba que esté de acuerdo con los que entienden que existe algo de cinismo, indiferencia, en la tranquilidad con que acepta la ausencia de su “china” y la destrucción de su hogar. La recordó siempre y permaneció fiel a esa mujer toda la vida con la fidelidad de los héroes que nunca sustituyen a la elegida.

El caballo, compañero inseparable de sus afanes

Caballos y vacunos fueron la avanzada de la colonización hispánica que se multiplicaron con rapidez y pronto inmensas manadas recorrieron las vastas pampas desiertas. Adaptándose a este estado de cosas el hombre se transformó en jinete: cazó y domó al caballo salvaje para cazar más ganado cimarrón, porque de ello dependían alimento, vestido y vivienda, como así también muchas de las necesidades elementales de la vida.

¡Ah tiempos!… Si era un orgullo                          

ver jinetiar un paisano-              

Cuando era gaucho vaquiano                 

aunque el potro se boliase                       

no había uno que no parase                   

con el cabresto en la mano.

Las restricciones que la madre patria oponía al comercio, dio nacimiento al contrabando y los comerciantes franceses, ingleses, holandeses y portugueses, no perdieron tiempo en sacar provecho.

De los pobres que allá había                  

a ninguno lo largaron                 

los más viejos resongaron                        

pero a uno que se quejó                            

en seguida lo estaquiaron                        

y la cosa se acabó.

El resultado fue la formación de una clase de recolectores clandestinos de cueros que se ocuparon de satisfacer los pedidos y pasar al interior del país los objetos de contrabando ofrecidos a cambio.

Yo he visto en esa milonga                      

muchos Jefes con estancia,                      

y piones en abundancia,                           

y majadas y rodeos;                     

he visto negocios feos                

a pesar de mi inorancia.

Políticamente tuvo el gaucho papel preponderante en el logro de la independencia, en el éxito del caudillismo con sus guerras civiles y su tiranía, y en el marcado acento federalista de los gobiernos contemporáneos del Plata.

Yo primero sembré trigo                            

y después hice un corral,                           

corté adobe pa un tapial,                         

hice un quincho, corté paja…                  

La pucha que se trabaja                           

sin que le larguen ni un rial.

La propia separación del virreinato se alcanzó tan solo después que el éxito de la colaboración del gaucho en el comercio del contrabando exigió una reorganización política, destinada a proteger a España contra la penetración económica y política de sus enemigos europeos.

Daban entonces las armas                       

pa defender los cantones,                        

que eran lansas y latones                         

con ataduras de tiento…                          

las de juego no las cuento                        

porque no había municiones.

En las luchas del Plata fue el soldado gaucho quien arrojó a los portugueses de la Banda Oriental, a los españoles del Alto Perú y a los indios de las fronteras.

No salvan de su juror                  

ni los pobres angelitos;              

viejos, mozos, y chiquitos                         

los mata del mesmo modo-                     

que el Indio lo arregla todo      

con la lanza y con los gritos.

                  ——

Hacían el robo a su gusto                         

y después se iban de arriba,                    

se llevaban las cautivas                             

y nos contaban que a veces                     

les descarnaban los pieses,                      

a las pobrecitas, vivas.

Las guerras civiles marcaron la suerte de la Argentina, donde los gauchos seguían tras de los caudillos gauchos, lo cual favoreció la permanencia del más destacado de ellos: Juan Manuel de Rosas.

Supo todo el Comendante                        

y me llamó al otro día,              

diciéndome que quería              

aviriguar bien las cosas-                           

que no era el tiempo de Rosas,              

que aura a naides se debía.

Durante el período de las guerras con los portugueses en el sur del Brasil hasta las últimas campañas del general Roca contra los pampas, las tropas nacionales estaban casi exclusivamente constituidas por milicias gauchas que, a través del caudillo que las guiaba, dictaban en buena parte los procedimientos políticos a seguir. Y como, precisamente, es en esa época cuando el gaucho se destaca sobre el fondo pastoril jugando un papel muy activo e importante en las nuevas historias nacionales, las descripciones de este nuevo tipo, tal como se las encuentra en los relatos de los viajeros de la época, son una de las fuentes más valiosas para el estudio del gaucho real.

Idiosincrasia gauchesca

Uno de los aspectos más notables de la idiosincrasia gauchesca fue el lujo de su apero de montar. Muchos son los cronistas, viajeros y dibujantes que han destacad este hecho, a menudo con notable asombro. Un viajero de importancia excepcional, Germán Burmeister, cuyo Viaje ha alcanzado gran notoriedad gracias a su traducción a nuestro idioma, nos ha transmitido en una página admirable la crónica del desfile militar realizado en Paraná el 25 de mayo de 1858.

El lujo de los jinetes es, sin duda, lo que ha llamado su atención más poderosamente: “En general -dice- el caballo es el orgullo del jinete, así como del soldado criollo y el mayor valor de éste, el pináculo de sus aspiraciones. Desde que la conservación del correaje le incumbe a él mismo, uso todos sus recursos para adornarlo y se esfuerza en decorara con platería las riendas y el recado o tener por lo menos toda la cabezada de plata. Se veían muchos jinetes así, con riendas de plata, pretales y retrancas cubiertas de chafalonía, las cabeceras y faldas de las monturas con chapas de plata, grandes copas de plata a los costados del freno, donde se prenden las riendas y ante todo grandes espuelas de plata, lo más pesadas posibles. Había jinetes y su número no era tan escaso, cuyo apero representaba un valor de 700 a 800 pesos y algunos propietarios muy ricos que al mismo tiempo eran oficiales, rebozaban literalmente con aperos completos de plata”.

Yo llevé un moro de número,                  

¡sobresaliente el matucho!                      

Con él gané en Ayacucho,                        

más plata que agua bendita-                  

siempre el gaucho necesita                      

un pingo pa fiarle un pucho.

Muchas de las prácticas, creencias y supersticiones aparecen en la literatura medieval española, y en las crónicas y documentos iniciales de la conquista.

Entre las supersticiones más inexplicables del gaucho rioplatense cuenta la de no montar en yegua. Viejos tratados españoles de equitación aconsejan no hacerlo y puntualizan, cruda e ingenuamente, los inconvenientes de la práctica. Un conocido romance del siglo XVI nos advierte que no era habitual en los árabes, que mucho han de haber influido en la equitación española:

Caballero en una yegua que grande precio valía,

No por falta de caballos que hartos él se tenía;

La libertad y la justicia

La libertad es una facultad del hombre que consiste en obrar de acuerdo con su voluntad, haciéndose responsable de sus actos. La amplitud del escenario de sus correrías, permitía al gaucho ser y sentirse libre, necesitando de esa liberad como del mismo aire para poder vivir:

De naides sigue el ejemplo

naidie a dirigirme viene

Pero también conocía cuál era la realidad:

La ley se hace para todos

mas sólo al pobre le rige

Sintió en carne propia la persecución, la opresión de la autoridad, representada por el juez y el “milico” prepotentes. Recordaba que incorporado a las tropas de fronteras era desvirtuada su función:

Nos mandaba el coronel

a trabajar en sus chacras.

A pesar de ello, su espíritu, su manera de ser, su gallarda pasión por la libertad, su clamor por la justicia ha seguido lanzándose desde su voz y le dieron forma y sonido.

Y emprésteme su atención                     

me oirá relatar las penas                          

de que traigo la alma llena-                    

porque en toda circunstancia.               

Por Ernesto Martichuk

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