Las patricias argentinas

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Por las venas de las heroínas de la Independencia corría la sangre pletórica de bizarrías, que habíamos heredados los argentinos de la propia España, con el agregado enaltecedor de que las nuestras poseídas de la pasión romántica de la libertad de la patria, tenían además, el temple y la audacia indígenas como una saturación del ambiente en que se habían formado.

Juana Azurduy de Padilla, la coronel, varonil y entusiasta, condujo ejércitos, batiéndose a la par de nuestros aguerridos soldados.

Esa admirable mujer bien podía repetir con orgullo que mujeres de su talla fueron las madres de aquellos hombres que nos dieron la patria.

Durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, las mujeres tuvieron una participación importante en la defensa de Buenos Aires, pues desde las azoteas hostilizaron implacablemente, con un valor a toda prueba, al audaz invasor.

Esas mismas mujeres decían a sus esposos y a sus hijos, según lo refiere el Deán Funes: “No creo que te muestres cobarde, pero si por ventura huyes, anda y busca otra casa en que te reciban”.

Entre las figuras femeninas saliente de esos días está Manuela Pedraza, la Tucumana, que peleó junto a su marido en las filas del memorable regimiento de Patricios. En un momento dado se pone al frente de la tropa; arenga, la enardece con palabras henchidas de odio al invasor, y se lanza furiosamente al ataque. La victoria de los criollos está asegurada. La Tucumana sigue animando con sus voces a los soldados. Pero de pronto, se enmudece. Ha caído su esposo. De un salto está junto a él. Lo mira, lo llama, lo acaricia, y dándose cuenta de la terrible verdad, lo besa y le cierra los párpados…

La cólera y la angustia han transformado su rostro, ruge como una fiera y empuñando el fusil, con un tiro certero da por tierra con el matador de su esposo.

Momentos más tarde, la Tucumana se presenta a Santiago de Liniers, y le dice:

Señor, este fusil lo he tomado al enemigo. Perteneció al inglés que mató a mi marido. Aquí lo tiene usted– y le hace entrega del arma.

Admiro vuestra entereza y valor -contesta Liniers-. Este trofeo de guerra simboliza el patriotismo de la mujer criolla. Vuestra acción merece ser recompensada.

El nombre de doña Manuela Pedraza fue citado, poco después, en el parte remitido a España, y la heroína criolla recibió el nombramiento de Alférez, como justo reconocimiento a su valerosa conducta.

Otra famosa: Martina Céspedes del barrio de San Telmo, que, auxiliada por sus hijas, hizo prisioneros a 12 ingleses. Liniers la promovió al grado de Mayora.

En el diario La Gaceta, del 7 de junio de 1810, apareció un llamado a los buenos patriotas a concurrir con su óbolo para costear la expedición libertadora. Se pedía que las donaciones se entregarán en la casa de Don Miguel de Azcuénaga.

Innumerables son las patricias que respondieron al llamado. Y lo que merece destacarse es que entre ellas se hallaba la dama de la alta sociedad al lado de humildes esclavas, como la negra Eusebia Segovia, que ofrecía cuanto tenía: “un peso moneda corriente y su persona para cocinera gratuita del ejército”.

Bernardo de Monteagudo dedica sentidas palabras a las ilustres damas que empleaban sus ocios en coser el tosco lienzo de los campeones de la patria.

Fray Cayetano Rodríguez celebró esos gestos de la mujer argentina componiendo un hermoso soneto en su honor.

Las mujeres mendocinas se despidieron en 1815 de sus joyas, que personalmente entregaron al general San Martín, que preparaba el cruce de los Andes.

La bandera que llevó ese glorioso ejército fue bordada por la señora Dolores Prats de Huici y las señoritas Laureana Ferrari, Mercedes Alvarez y Margarita Corvalán. Esa bandera que se cubrió de gloria fue jurada el 5 de enero de 1817 y al llevarse a cabo la ceremonia, San Martín dijo: “Soldados, jurad sostenerla muriendo en su defensa como yo la juro

Existen otras salteñas famosas: Magdalena Güemes de Tejada, Loreta Sánchez Peón de Frías y Martina Silva de Gurruchaga. Gertrudis Medeiros, Celedonia Pacheco de Melo, Juana Torino, María Petrona Arias, Martina Silva de Gurruchaga y Andrea Zenarrusa.

Juana Gabriela Moro fue una patriota argentina que lideró en Salta, junto con María Loreto Sánchez Peón de Frías, la organización de mujeres que efectuó eficaces tareas de espionaje y sabotaje contra las fuerzas realistas que ocupaban su ciudad durante la Guerra de Independencia. Juana, humildemente vestida, se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo. Solo en una oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas que no consiguieron que confesara o delatara a sus compañeros.

La señora Gurruchaga bordó la bandera que entregó a Belgrano y este jefe, agradeciendo el donativo, dijo: “Señora, si en todos los corazones americanos existe la misma decisión que en el vuestro, el triunfo de la causa por que luchamos será fácil”.

En Catamarca teníamos a Rosa Robín de Pla, que fabricaba pólvora para el ejército de Belgrano; en Córdoba: Tiburcia Haedo de Paz, que no sólo contribuyó con dinero, sino que entregó a Castelli sus dos hijos: Julián y José María.

En Santa Fe, Gregoria Pérez de Denis, dio a Belgrano sus propiedades, haciendas y haberes; Juana Montenegro, cuya actitud heroica al lado de su esposo en el Paso de Belén motivo un decreto de Pueyrredón.

Así fueron nuestras mujeres de la Independencia y es justo y necesario recordarlas en este día. Así fueron las madres de nuestros héroes.

La defensa de la Patria

La Patria es sagrada. Encarna lo más precioso y lo que es más caro a nuestros sentimientos. El recuerdo de las mujeres y los hombres que contribuyeron con el sacrificio de sus vidas a emanciparse y a cimentar su grandeza, acrece nuestro patriotismo y nos señala la ruta del deber.

El pasado magnífico de la República Argentina, une a todos los que hemos tenido la dicha de nacer en esta tierra bendita y suma los anhelos, las esperanzas, las energías de sus hijos, haciéndolos más fuertes y capaces para defenderla, llegado el momento.

La libertad, la independencia, el honor, el imperio sin mácula de sus símbolos, la integridad de su dilatado territorio, deben estar siempre bajo la protección de todos los argentinos.

Ningún deber es más importante que el que nos manda acudir en defensa de la patria amenazada; obligación ineludible, expuesta en el artículo 21 de la Constitución Nacional, con las siguientes palabras:

Todo ciudadano argentino está obligado a armarse en defensa de la patria y de esta Constitución…”

Es el nuestro un pueblo tranquilo, amante de la paz; pueblo que vive sin rencores y en armonía con todos los países del orbe. Pueblo joven que no aceptará jamás el desmedro de sus glorias ni la imposición de ningún dictador de la tierra, pueblo que ama la libertad, inspirándose en las vidas iluminadas de quienes marcaron el camino, teniendo sentido de la dignidad.

Por: Ernesto Martinchuk, periodista

Por Ernesto Martinchuk, periodista.

Periodista.

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